El pueblo

Esa plaza era un caos, llena de gente gritando, golpeándose unos a otros, perros abandonados comiendo restos de comida mugrienta, niños pequeños y no tan pequeños famélicos, parecía el fin del mundo. De repente salió el alcalde a su balcón pidiendo calma, que se relajasen un poco. Él gordo como si no hubiera un mañana, se notaba que esa situación no iba con él. 

- Id a vuestras casas y traedme huevos, harina, carne y lo que tengáis y yo a cambio os daré Paz. Mis hombres están guardando la unidad del pueblo y que no os asalten los bandidos” - dijo el alcalde solemnemente. 

- ¡Pero si el primero que nos está robando eres tú! - gritó una anciana desconsoladamente. 

Se hizo el silencio en aquel lugar, nunca nadie antes había protestado al señor alcalde.

- ¡Apresad a esa mujer y llevadla a las mazmorras!

Unos soldados agarraron a la mujer de los brazos fuertemente y la llevaron arrastrando por el suelo. 

- Eso es lo que pasa a quienes no hacen caso a lo que tienen que hacer - dijo con firmeza el alcalde.

Todo el pueblo cabizbajo volvió a sus casas a por lo que les quedaba de comida. Tenían miedo a no estar a salvo de los bandidos.





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