Malos comienzos son a veces los mejores finales



Martín conoció a Marina en el trabajo. Coincidían en la impresora, en la cola de la cocina para calentar el tupperware, esperando el ascensor... Trabajaban en diferentes departamentos, Martín en el Comercial y Marina en Relaciones Laborales de un conocido banco nacional. Tras muchos días dudando y recapacitando en casa cómo entablar un primer contacto que no fuera el visual, Martín se atrevió a hablarle en una tarde de viernes saliendo de la oficina.

Marina al principio se sorprendió de que un desconocido, de su mismo trabajo, pero igualmente desconocido, le hablara así por así.

“Pues parece que el fin de semana no va a llover” – comentó Martín, con un tono como si fuera el hombre del tiempo del telediario” – él pensó para sí “qué original que soy, normal que casi nunca me coma un rosco”.

“La verdad es que me da igual si llueve o no porque me voy a quedar en casa igualmente. Buenas tardes” – respondió tajantemente Marina mientras salía por la puerta principal del banco perdiéndose de la vista de Martín.

Tras el corte, Martín se quedó con cara de pringado, ¿cómo no se había atrevido a invitarle a tomar un café? Se estuvo lamentando todo el fin de semana, de no haber hablado de otro tema o haberle entrado por primera vez de otra manera.

El lunes se cruzaron cuando Martín iba de camino al fax. Él le saludó animoso y ella subió ligeramente la cabeza como en señal de saludo, pero sin pronunciar ninguna palabra.

Dos días más tarde, Martín paseó intencionadamente cerca de la mesa de Marina. Intentaba buscar algún tipo de contacto visual, lo que fue materialmente imposible. Ella sabía perfectamente que él estaba allí para verle, pero se quiso hacer la interesante y seguir tecleando en su ordenador el informe de un nuevo trabajador. No le corría prisa, pero escribía como si le fuera la vida en ello. Cuando Martín se dio la vuelta y desapareció de su campo de visión, Marina se asomó para ver si le veía.

Martín caminaba cabizbajo hacia su silla, cuando se encontró con una compañera de su departamento con la que un año atrás había tenido un affaire que duró tan sólo una noche de fiesta. Se llamaba Belén y era conocida por toda la empresa porque se había acostado con media plantilla.

- “¿Qué tal te va la vida Martín? Hace mucho que no sé de ti y eso no puede ser… habrá que remediarlo, ¿no?” – le dijo sensualmente mientras le acariciaba el brazo suavemente a Martín. Él ruborizado no sabía cómo actuar, salió como pudo de la situación. Belén le gustaba, pero ese afán por ampliar cada vez más su currículum de conquistas le restaba puntos en el ranking de “posibles novias”. Era el antítesis de lo que él buscaba.

- “Sí, bueno… un día tomamos algo” – le eludió educadamente. Ella le respondió con un beso en la mejilla mientras le susurró al oído – “Lo estoy deseando”- . Varios compañeros estaban viendo en primer plano la escena y cuchichearon en voz baja.

La semana siguiente, Martín y Marina se vieron en la cocina a la hora de comer. Sorprendentemente ella comenzó la conversación protestando sobre lo lentos que calentaban los microondas. Martín le respondió que tenía toda la razón, que salían todos los tupper medio fríos a pesar de haberles puesto 3 minutos calentando. Ambos llegaron a la conclusión de que como en casa no se come en ninguna parte. Decidieron sentarse en la misma mesa y comenzaron a hablar animadamente.

Cuando cada cual volvió a su puesto, los dos llevaban una tímida sonrisa, en esa comida algo había cambiado sustancialmente. Habían conectado en varios temas; a los dos les gustaba las series americanas, a los dos les gustaba el vino tinto Rioja, unas vacaciones siempre que se pueda a la playa y el cocido su comida favorita. Martín había conocido más de Marina que si de un perfil de Badoo se hubiera tratado. Su experiencia con las chicas que había quedado por internet había sido mala. Se había encontrado con una retahíla de chicas que tenían por bandera las frases “Yo no soy de las de la primera noche” y luego se acostaban con él tras conocerle de dos horas, “Me gusta leer y viajar” y después cuando les conocía más se daba cuenta de que eran de sofá y tele… No sabía por qué, pero Marina le empezaba a gustar… y mucho. Lo que él no sabía era que el sentimiento era mutuo. Comieron juntos el resto del mes y el siguiente y el siguiente... Se veía mucha complicidad entre ellos dos.

Desde el encuentro en el pasillo con Belén, ésta se dejaba ver a menudo por el sitio de Martín, le cogía de la corbata juguetona cuando hablaba con él, se reía a carcajadas con lo que él decía aunque no tuviera gracia… La escena vista desde fuera daba la sensación de que estaban liados y más conociendo como era Belén. O por lo menos eso pensó Marina un día que se atrevió a pasar por el departamento  de Martín para invitarle a tomar una copa de vino fuera de la empresa. Habían comido ese mismo día juntos, como desde hace varios meses. Su mirada de enamorada se trastocó cuando vio a Belén tontorrona con Martín. Le dio la sensación de que era mutuo. Las ilusiones se le fueron de golpe, no podía ser cierto lo que estaba viendo. Volvió a su sitio, cogió sus cosas y se fue a casa con cara de pocos amigos. Su jefa se quedó atónita de ver esa reacción y pensó que le habría dado una crisis de ansiedad. Bastante mal lo había pasado con su ex novio, la pobrecilla.

A la media hora, Martín fue a verla y no estaba en su mesa. Preguntó a varios compañeros dónde estaba y le contestaron que se había ido a casa, que se encontraba mal. Él se quedó preocupado por qué le habría pasado, intentó sonsacarles su móvil para llamarle y saber cómo estaba, pero nadie quiso dárselo para no vulnerar la protección de datos.

El rumor de que Martín y Belén tonteaban llegó de departamento a departamento, se extendió como una llama encendida. Marina también se enteró del cotilleo y le dio volvió a dar otra punzada en el corazón. Ya no era la única que pensaba que entre ellos había algo más. Ese mismo día Martín se dirigió al puesto de Marina. Ella le vio venir por el rabillo de ojo, pero hizo caso omiso a su saludo, a la pregunta de qué tal se encontraba y a la de ¿hay alguien ahí? Ni se inmutó, ni varió el gesto y siguió buscando un informe que tenía que cumplimentar. Martín se dio cuenta de que algo raro pasaba y se marchó. No quería seguir insistiendo porque se veía a la legua que no era el momento de hablar porque ella no estaba por la labor. Fueron las peores 9 horas desde hace mucho tiempo. ¿Qué había pasado? ¿Qué le sucedía? ¿Por qué ni siquiera le había mirado ni contestado?

Cuando terminó su trabajo bajó apresuradamente para esperar a que saliera Marina. Cuando vio que salía y emprendía la marcha hacia su casa, él se cruzó con ella apropósito.

“Quiero hablar contigo, creo que no te he hecho nada como para que te comportes así conmigo” – le dijo Martín con tono serio y muy seguro de sí mismo.

“Llegué a pensar que valías la pena, pero me he equivocado. Hasta llegué a pensar que tú y yo... que podría haber algo entre nosotros pero no, ya no” – respondió Marina mientras intentaba retomar su camino. No quería ver a Martín.

- “¿Por qué dices que no valgo la pena ya?” – preguntó Martín sorprendido.

- “Porque estás con Belén, lo sabe toda la oficina. Esa chica me ha hecho mucho daño y otra vez me lo ha vuelto a hacer” – se notaba en sus palabras que estaba dolida, pero Martín no sabía el motivo.

- “¿Qué te ha pasado con ella?” – le preguntó Martín. Daba la sensación de que se había perdido algún capítulo.

- “Se acostó con mi novio, una semana antes de que nos casáramos. Él me lo confesó y le dejé. Y ahora está contigo, por eso no quiero volver a saber de ti. Volví a sentir algo bonito, a hacerme ilusiones, a crearme expectativas, pero todo se rompió cuando os vi juntos tonteando en la oficina. Todo el mundo sabe lo vuestro y yo me siento como una estúpida porque he sido la última en enterarme” – se fue corriendo porque quería acabar en ese mismo momento la conversación.

Cuando Marina empezó a abrir la puerta de su portal, su cara estaba llena de lágrimas. De repente, Martín le cogió suavemente, le giró y le dio un beso. Ella se quedó de piedra porque no se había dado cuenta de que él le había seguido corriendo. Cuando el beso terminó se quedaron mirando en silencio hasta que Martín dio el primer paso.

- “No me interesa para nada Belén y nunca tendría ningún tipo de relación con ella. Le llevo dando largas desde que te conocí porque con quien realmente quiero estar es contigo. Vales mucho la pena, quiero que nos conozcamos y que veamos a ver dónde podemos llegar. Y tranquila por ella porque yo sólo te quiero a ti” – Marina se secó las lágrimas y abrazó a Martín. Después se fundieron en un beso que pareció durar años.

Marina y Martín empezaron a vivir cuando celebraron su primer aniversario, tuvieron a su hijo Miguel cuando llevaban dos años juntos y siguen siendo tras más de 40 años una pareja feliz y compenetrada.

CONCLUSIÓN: Nunca te quedes sin decirle a alguien que le quieres porque puedes perder una maravillosa historia de amor.


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